Escuchar las mareas del cuerpo vivo

La terapia craneosacral biodinámica se basa en la escucha fina de ritmos internos llamados «mareas». Este enfoque apoya la regulación del sistema nervioso y favorece transformaciones profundas y duraderas.


Entrar en relación con el movimiento

No es raro que una persona tumbada en la camilla me pregunte qué percibo con mis manos. ¿Qué siento en este silencio compartido? Lo que ocurre allí es a la vez una escucha sensorial y un diálogo sin palabras. Lejos de ser una técnica mecánica, para mí la terapia craneosacral biodinámica es una práctica de atención, de observación y de presencia.

Este enfoque procede del trabajo de William Garner Sutherland, osteópata estadounidense de principios del siglo XX. Al colocar sus manos sobre el cráneo de sus pacientes, observó micromovimientos autónomos y rítmicos que denominó «movimiento respiratorio primario». Se trataría de un ritmo fundamental de lo vivo, ligado al desarrollo embrionario, que puede percibirse en todo el organismo.

Mis percepciones se estructuran en capas, como láminas sucesivas. En este campo de escucha, los ritmos internos del cuerpo se vuelven perceptibles. Estos ritmos se llaman mareas. Al igual que el océano respira con la Tierra, el cuerpo vivo expresa flujos, reflujos, lentitud e impulsos. Cada marea da acceso a una profundidad distinta del ser.


La marea pequeña: en la superficie de lo vivo

La primera marea podría compararse con el vaivén de las olas en la orilla. Es tangible, sensorial, inmediata. En esta capa, percibo las fluctuaciones del líquido cefalorraquídeo, el cosquilleo del sistema nervioso, los movimientos de calor circulatorio o tensiones tisulares apenas perceptibles. Este nivel de escucha establece una relación con el cuerpo físico, sus dinámicas y sus desequilibrios.

Es en esta marea donde surgen las primeras informaciones: una densidad particular en una articulación, un vacío en un miembro, una actividad aumentada en una zona de protección. El cuerpo habla entonces su propio lenguaje, hecho de movimientos sutiles, silencios y adaptaciones. Mi acompañamiento no pretende corregir, sino encontrarse con estas expresiones.


La marea media: alejarse de la orilla

Poco a poco, surge otra cualidad de ritmo. Más lenta, más amplia, evoca los grandes movimientos de las corrientes submarinas. La persona se acomoda más profundamente en la camilla, su sistema nervioso deja de escanear el peligro. Ya no es necesaria la vigilancia. Los tejidos se organizan a otra escala.

En esta marea, las tensiones locales encuentran un eco global: una compresión en la caja torácica puede estar relacionada con un vacío en la pelvis. El cuerpo se piensa como un todo. El tiempo parece dilatarse. El organismo entra en una dinámica de equilibrio, como si cada ola reajustara suavemente la dirección de la corriente.


La gran marea: lejos del cuerpo

A veces aparece un tercer ritmo, raro y profundo, comparable a la oscilación lenta y regular de las mareas oceánicas. Es la gran marea. En este nivel, el cuerpo ya no se percibe como una sucesión de sistemas o segmentos. Se convierte en un todo, sostenido por un movimiento vasto, coherente y silencioso.

Esta marea no se mide. Se siente como un campo de presencia, estable y envolvente. Percibo menos manifestaciones que cualidades: densidad, unidad, profundidad. El tiempo se vuelve relativo. El silencio ocupa espacio. Ya no se trata tanto de una fisiología como de un estado del ser.

Algunas personas describen aquí una sensación de unidad, de conciencia encarnada del vínculo con uno mismo, con los demás y con el mundo vivo. Una forma de enraizamiento sin esfuerzo, en la que el lugar de cada cual es evidente. Ya no hace falta justificarse ni luchar por existir.


Las mareas del cuidado: una ecología de la relación

Estas diferentes mareas no aparecen por casualidad. Dependen de mi calidad de escucha, pero sobre todo de la seguridad que la persona pueda sentir. Al igual que el océano se calma cuando el viento cesa, el cuerpo se despliega cuando percibe que no hay nada que temer. Cuanto más estable, respetuoso y libre de expectativas sea el entorno, más pueden emerger las capas profundas.

Este marco de seguridad es una condición esencial. La relación terapéutica se convierte entonces en un lugar de regulación, donde el sistema nervioso puede reorganizarse, donde los tejidos pueden liberar tensiones antiguas, donde la persona puede sentir que tiene su lugar sin tener que negociar su existencia.


Lo que las personas cuentan

Muchas personas relatan un profundo alivio tras las primeras sesiones. La liberación de las tensiones también puede traer sensaciones o emociones que llevaban tiempo contenidas. Estas apariciones se consideran normales dentro de un proceso de reorganización corporal.

Algunas comentan un retorno progresivo de la vitalidad, una sensación de ligereza, una mayor estabilidad emocional. Otras notan cambios más sutiles: un sueño más reparador, una respiración más amplia o una capacidad reforzada para afrontar lo cotidiano.

Cada persona sigue su propio ritmo. El acompañamiento no provoca una transformación inmediata; sostiene las condiciones para que pueda producirse. En muchos casos, los efectos continúan en los días siguientes, a través de reajustes internos discretos, a veces imperceptibles, pero profundamente estructurantes.


El tacto, la presencia y la seguridad

El tacto es el primer modo de relación de lo vivo. Desde la vida intrauterina, estructura la percepción de uno mismo y del mundo. En mi práctica terapéutica, no se trata simplemente de posar las manos, sino de estar presente con lo que se manifiesta. Este tipo de contacto lento, respetuoso y sin intención directiva activa los circuitos de seguridad y confianza del sistema nervioso (Porges, 2017).

La terapia craneosacral biodinámica ofrece así un espacio en el que el cuerpo puede sentirse acogido, escuchado, regulado. No busco reparar. Escucho. Y en esta escucha, las mareas se levantan y se depositan, invitando a volver a lo esencial.


Conclusión

En definitiva, no importa lo que perciba en mis manos. Lo que más importa es el camino terapéutico que se abre en la camilla. Este recorrido permite que cada persona se encuentre, se sienta plenamente viva y ocupe su lugar sin concesiones. Quizá sea esta la esencia de la terapia craneosacral: “Si me percibo, me defino y sé quién soy. Aunque el mundo se derrumbe, sigo siendo libre en mis decisiones y en mi relación con los demás.”

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